“Como un
clínico que asiste impotente a la agonía de un moribundo, al sentirle apagarse
el pulso lentamente debajo de su pulgar, así acompaño hace años la progresiva
degradación de esta tierra, que preservó durante muchos siglos, inalterables,
sacrosantos valores humanos y sociales, y hoy casi solo puede garantizar, a
quien la visita, la pureza y autenticidad del aire que respira y del agua que
bebe. Todo lo demás ha sido bastardeado. El carácter de las construcciones y de
los trajes, la sobriedad de la alimentación, el tipismo de las lenguas, las
prácticas agro-pastorales. Ha sido aquí, en Vilarinho da Furna y en Rio de Onor
que he visto por primera vez al natural criaturas de Dios en su plenitud libre
y solidaria. Y –ya que Vilarinho da Furna desapareció del mapa, tragado por una
albufera (laguna)- es en Rio de Onor y Castro Laboreiro que mi comunitario
impenitente sumerge las raíces. Mi temor, entonces, en estas visitas, incluso un progresivo
desencanto. Tengo como verdad de fe que el hombre acabará por reaccionar contra
la masificación del planeta en el que está embarcado. La razón y el instinto
terminaran diciéndole que todas las
flores artificiales del mundo plástico no valen un lirio de los campos, que
todas las químicas de laboratorio no valen la fermentación de un carruaje de
estiércol, que todos los silbidos imperativos del progreso no valen el sonido
cordial de un cencerro. En esa hora redentora, que no debe tardar – y, cuanto
más tardar peor -, estos santuarios se volverán a descubrir, reconstruidos y
dignificados. De ahí que sufra pero no desanime al verlos desplomarse. Mi
esperanza está en sus cimientos…” (Miguel Torga in Diários XIII, Castro
Laboreiro, Julio 1976)
Después de volver a leer
este fragmento de Miguel Torga, influenciado por los sentimientos que
despierta, he decidido responderle, enfrentamiento loco ante tal grandeza, a
quien en vida sería incapaz de dirigir palabra, por sentirme ignorante, pequeño
e insignificante, Sin embargo, aquí va:
Amigo, de Castro
Laboreiro solamente queda el silbido del viento por las laderas rumbo a las viejas
murallas caídas, escaso pueblo envejecido, casas modernas cerradas y los
perros, actualmente distintos de aquellos que el sacerdote por allí criaba. Los
lobos ni siempre aparecen. Rio de Onor, menos frio y siempre a la sombra de la
sierra, está en las últimas, decaída como algunas casas en el centro de la
aldea, ya no hay novios para quienes construir casas, fuerza para sujetar el
ganado y hasta la vara da justiça[1]
ha desaparecido (se comenta que ha sido vendida a Lisboa). Rio Onor de Castilla
(Contensa para nosotros), aunque discurre como siempre, ya no tiene peces, las
ovejas no han cambiado, siguen delgadas y en las tiendas, no tan delgadas como
sus septuagenarias propietarias, cuya piel arrugada hace recordar a la pizarra
quebradiza después de una gran nevada. Prácticamente no se ven niños ni
jóvenes, ni en el sitio de arriba ni en el de abajo, la aldea recuerda a un
cementerio mayor que el que ya tiene. La vieja iglesia sigue allí y el Café
Preto todavía resiste, cerca del puente, todavía podemos escuchar el rionorês[2].
Con su comunidad moribunda, Rio de Onor es un recuerdo para sus hijos y una
atracción para los turistas, unos saben cómo fue y los otros se imaginan como
sería, después de la preservación llevada a cabo.
[1] Bastón que acreditaba un anciano para juzgar querellas populares.
[2] Dialecto de Rio de Onor de origen asturleonés, un poco diferente del
mirandés.
En primavera y en otoño,
ya nadie sube la sierra de saco a la espalda buscando plantas, raíces y bayas
para té, ni tampoco de míscaros[1]
y torga[2],
ya que la sierra exige piernas y no se compadece de los más débiles. El
contrabando terminó, la emigración distanció y la soledad bajo sobre los
habitantes que se quedaron, porque la mayoría de los hijos no regresó y los
nietos no dan noticias, transformando esta última y evacuada comunidad serrana
en un reducto hamish[3]
o en una Shangri-la[4]
para los forasteros, urbe exhausta que busca gente franca, identidad,
fraternidad, comunión, hábitos sencillos, ingenuidad y pureza, valores que
antes despreció y ahora siente falta. Por el camino de Sanabria, siguiendo por
Bragança y hacia el sur, los transmontanos de al lugar[5]
se hicieron al mundo y se extendieron por todas partes, convirtiéndose en
rubios y ganando ojos azules, adquirieron color y pelo rizado, llevando
consigo, ayer como hoy, la única bandera que dejan: la de la fraternidad,
porque se oponen a diferencias, nacionalidades y fronteras.
[1] Champiñón.
[2] Nombre atribuido al brezal por los transmontanos.
[3] Comunidades separatistas, anabaptistas y puritanas norteamericanas, de
vida sencilla y reglas austeras.
[4] Hipotético lugar paradisiaco que resulta de la creación literaria del
inglés James Hilton en 1925.
[5] Nombre que los habitantes de Rio de Onor atribuyen a su aldea.
Discúlpeme
Sr. Dr., si me está escuchando del alto lugar donde pienso que esté, pero más
que en sus cimientos, yo creo en los retoños de estos serranos, herencia
extendida de gente libre que la montaña los hizo así, plebe capaz de buscar,
luchar y vivir por la igualdad entre los hombres. Rio de Onor no se limita a un
espacio geográfico (41º 56’
00’’ N, 62º 37’
00’’W), ya que en el corazón de cada uno hay sitio para una tierra así. La
aldea podrá quedarse en un museo pero seguirá viva para siempre en el alma de
sus descendientes, incluso de aquellos que nunca la han visto y ni se imaginan
que proceden de allí, lo que no es mi caso. ¿De qué sirven los cimientos si
encima no se construye nada? ¿Por qué se habla tanto de D. Afonso Henriques y
casi nadie de D.Garcia[1],
1º Rey de Portugal y de Galicia? No faltarán otras “Rio de Onor” y quizá
consigamos una mayor y mejor el día que todos los hombres se consideren
iguales. La actual, en cuanto genuina aldea comunitaria, mostró esa
posibilidad, otros la perpetuaran y la harán universal. No nació para
santuario, solo la nostalgia la verá así y si tiene algo de sacrosanto, es
porque la mano de Dios así lo decidió, permitiendo a sus hijos vivir en
libertad, simplicidad y comunión de vida, beneplácitos que extiende a todos los
hombres en cualquier sitio. Consideraciones aparte, merece la pena ir a Rio de
Onor, sumergirse en el Portugal profundo y volver a descubrir nuestros
orígenes, porque en aquel lugar intemporal de casas de piedra, componemos
fuerzas y con confianza seguimos adelante. Larga vida para Rio de Onor y para
sus congéneres dispersos por todo el mundo, bien se encuentren en los Alpes, en los Andes, en el Tibet o
junto al Kilimanjaro[2].
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