terça-feira, 1 de abril de 2014

RESPUESTA A LA ESPERANZA DE TORGA EN LOS CIMIENTOS (ALICERCES)

“Como un clínico que asiste impotente a la agonía de un moribundo, al sentirle apagarse el pulso lentamente debajo de su pulgar, así acompaño hace años la progresiva degradación de esta tierra, que preservó durante muchos siglos, inalterables, sacrosantos valores humanos y sociales, y hoy casi solo puede garantizar, a quien la visita, la pureza y autenticidad del aire que respira y del agua que bebe. Todo lo demás ha sido bastardeado. El carácter de las construcciones y de los trajes, la sobriedad de la alimentación, el tipismo de las lenguas, las prácticas agro-pastorales. Ha sido aquí, en Vilarinho da Furna y en Rio de Onor que he visto por primera vez al natural criaturas de Dios en su plenitud libre y solidaria. Y –ya que Vilarinho da Furna desapareció del mapa, tragado por una albufera (laguna)- es en Rio de Onor y Castro Laboreiro que mi comunitario impenitente sumerge las raíces. Mi temor, entonces,  en estas visitas, incluso un progresivo desencanto. Tengo como verdad de fe que el hombre acabará por reaccionar contra la masificación del planeta en el que está embarcado. La razón y el instinto terminaran diciéndole  que todas las flores artificiales del mundo plástico no valen un lirio de los campos, que todas las químicas de laboratorio no valen la fermentación de un carruaje de estiércol, que todos los silbidos imperativos del progreso no valen el sonido cordial de un cencerro. En esa hora redentora, que no debe tardar – y, cuanto más tardar peor -, estos santuarios se volverán a descubrir, reconstruidos y dignificados. De ahí que sufra pero no desanime al verlos desplomarse. Mi esperanza está en sus cimientos…” (Miguel Torga in Diários XIII, Castro Laboreiro, Julio 1976)
Después de volver a leer este fragmento de Miguel Torga, influenciado por los sentimientos que despierta, he decidido responderle, enfrentamiento loco ante tal grandeza, a quien en vida sería incapaz de dirigir palabra, por sentirme ignorante, pequeño e insignificante, Sin embargo, aquí va:
Amigo, de Castro Laboreiro solamente queda el silbido del viento por las laderas rumbo a las viejas murallas caídas, escaso pueblo envejecido, casas modernas cerradas y los perros, actualmente distintos de aquellos que el sacerdote por allí criaba. Los lobos ni siempre aparecen. Rio de Onor, menos frio y siempre a la sombra de la sierra, está en las últimas, decaída como algunas casas en el centro de la aldea, ya no hay novios para quienes construir casas, fuerza para sujetar el ganado y hasta la vara da justiça[1] ha desaparecido (se comenta que ha sido vendida a Lisboa). Rio Onor de Castilla (Contensa para nosotros), aunque discurre como siempre, ya no tiene peces, las ovejas no han cambiado, siguen delgadas y en las tiendas, no tan delgadas como sus septuagenarias propietarias, cuya piel arrugada hace recordar a la pizarra quebradiza después de una gran nevada. Prácticamente no se ven niños ni jóvenes, ni en el sitio de arriba ni en el de abajo, la aldea recuerda a un cementerio mayor que el que ya tiene. La vieja iglesia sigue allí y el Café Preto todavía resiste, cerca del puente, todavía podemos escuchar el rionorês[2]. Con su comunidad moribunda, Rio de Onor es un recuerdo para sus hijos y una atracción para los turistas, unos saben cómo fue y los otros se imaginan como sería, después de la preservación llevada a cabo.


[1] Bastón que acreditaba un anciano para juzgar querellas populares.
[2] Dialecto de Rio de Onor de origen asturleonés, un poco diferente del mirandés.
En primavera y en otoño, ya nadie sube la sierra de saco a la espalda buscando plantas, raíces y bayas para té, ni tampoco de míscaros[1] y torga[2], ya que la sierra exige piernas y no se compadece de los más débiles. El contrabando terminó, la emigración distanció y la soledad bajo sobre los habitantes que se quedaron, porque la mayoría de los hijos no regresó y los nietos no dan noticias, transformando esta última y evacuada comunidad serrana en un reducto hamish[3] o en una Shangri-la[4] para los forasteros, urbe exhausta que busca gente franca, identidad, fraternidad, comunión, hábitos sencillos, ingenuidad y pureza, valores que antes despreció y ahora siente falta. Por el camino de Sanabria, siguiendo por Bragança y hacia el sur, los transmontanos de al lugar[5] se hicieron al mundo y se extendieron por todas partes, convirtiéndose en rubios y ganando ojos azules, adquirieron color y pelo rizado, llevando consigo, ayer como hoy, la única bandera que dejan: la de la fraternidad, porque se oponen a diferencias, nacionalidades y fronteras.


[1] Champiñón.
[2] Nombre atribuido al brezal por los transmontanos.
[3] Comunidades separatistas, anabaptistas y puritanas norteamericanas, de vida sencilla y reglas austeras.
[4] Hipotético lugar paradisiaco que resulta de la creación literaria del inglés James Hilton en 1925.
[5] Nombre que los habitantes de Rio de Onor atribuyen a su aldea.
Discúlpeme Sr. Dr., si me está escuchando del alto lugar donde pienso que esté, pero más que en sus cimientos, yo creo en los retoños de estos serranos, herencia extendida de gente libre que la montaña los hizo así, plebe capaz de buscar, luchar y vivir por la igualdad entre los hombres. Rio de Onor no se limita a un espacio geográfico (41º 56’ 00’’ N, 62º 37’ 00’’W), ya que en el corazón de cada uno hay sitio para una tierra así. La aldea podrá quedarse en un museo pero seguirá viva para siempre en el alma de sus descendientes, incluso de aquellos que nunca la han visto y ni se imaginan que proceden de allí, lo que no es mi caso. ¿De qué sirven los cimientos si encima no se construye nada? ¿Por qué se habla tanto de D. Afonso Henriques y casi nadie de D.Garcia[1], 1º Rey de Portugal y de Galicia? No faltarán otras “Rio de Onor” y quizá consigamos una mayor y mejor el día que todos los hombres se consideren iguales. La actual, en cuanto genuina aldea comunitaria, mostró esa posibilidad, otros la perpetuaran y la harán universal. No nació para santuario, solo la nostalgia la verá así y si tiene algo de sacrosanto, es porque la mano de Dios así lo decidió, permitiendo a sus hijos vivir en libertad, simplicidad y comunión de vida, beneplácitos que extiende a todos los hombres en cualquier sitio. Consideraciones aparte, merece la pena ir a Rio de Onor, sumergirse en el Portugal profundo y volver a descubrir nuestros orígenes, porque en aquel lugar intemporal de casas de piedra, componemos fuerzas y con confianza seguimos adelante. Larga vida para Rio de Onor y para sus congéneres dispersos por todo el mundo, bien se encuentren  en los Alpes, en los Andes, en el Tibet o junto al Kilimanjaro[2].


[1] Hijo de Fernando I (el Magno) de León y Castilla, a quien por herencia recibió  el territorio de Galicia hasta Lisboa. Murió prisionero de su hermano Sancho, sin dejar descendencia.
[2] Montaña más alta de África, situada en Tanzania.

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